Mediterráneo recalentado

El cambio climático es la mayor amenaza a la que nos enfrentamos como especie, y en el Mediterráneo las temperaturas están subiendo un 20% más rápido que la media mundial. Este sobrecalentamiento ya está teniendo consecuencias reales y graves en toda la cuenca, y aumentarán en las próximas décadas, ya que se prevé que la subida del nivel del mar supere el metro en 2100, lo que afectará a un tercio de la población de la región. Es necesario tomar medidas urgentes y de gran alcance, tanto para mitigar las emisiones de gases de efecto invernadero como para adaptarse a la nueva realidad del calentamiento del mar.

Un informe de WWF, publicado con motivo del Día Mundial de los Océanos, alerta del peligro de la acidificación de las aguas, la desaparición de ecosistemas y de especies y la acción destructora de especies invasoras. La asociación reclama a la comunidad internacional la protección de la biodiversidad a través de las acciones climáticas y los mecanismos financieros acordados en la Convención de la Diversidad Biológica, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático y la Convención de Barcelona, que se efectuarán en la segunda mitad de 2021

El cambio climático amplifica los efectos de cualquier otra amenaza para los eco­sistemas marinos. Estudios recientes han demostrado que más del 90% del calen­tamiento que se produjo en la Tierra entre 1971 y 2010 tuvo lugar en el océano, y que el Mediterráneo alcanzó niveles récord como el mar que más rápido se calienta y cada vez es más salado.

Además, el Mediterráneo semicerrado es uno de los mares más explotados del mundo, y se está viendo sometido a una gran tensión por parte de los sectores eco­nómicos que lo explotan y las presiones medioambientales. La biodiversidad marina ya está sometida a una enorme presión y está disminuyendo a causa de la contami­nación, el desarrollo costero, la eutrofiza­ción, el transporte marítimo, la introducción de especies exóticas a través de las aguas de lastre, la energía y otros factores antropo­génicos. Décadas de pesca mal gestionada han dejado unas tres cuartas partes de las poblaciones evaluadas sobreexplotadas.

En conjunto, la capacidad de recupera­ción ecológica de la región se ha visto radi­calmente reducida por el desarrollo insoste­nible, y con 450.000 millones de dólares de valor relacionado con los océanos generados por el capital natural del Mediterráneo cada año, el futuro socioeconómico de la región es incierto. Si a esto le añadimos un clima cam­biante, la situación empeora considerable­mente. El Mediterráneo no es el mismo mar que solía ser. Este informe analiza una serie de casos que muestran algunas de las formas en que el cambio climático ya está afectan­do y alterando, a veces de forma irreversible, los ecosistemas marinos del Mediterráneo en todos los rincones de la cuenca.

Asimismo, evidencia que el cambio cli­mático ya está impactando y alterando, a veces de forma irreversible, los ecosistemas marinos del Mediterráneo en todos los rin­cones de la cuenca, con consecuencias para sectores socioeconómicos como la pesca y el turismo, así como para nuestra dieta y nuestra salud. Casi 1.000 especies no au­tóctonas están ya presentes en las aguas mediterráneas lo suficientemente cálidas como para albergarlas, extendiéndose hacia el norte y el oeste cada año y desplazando a las especies residentes.

Otras especies autóctonas están despla­zando sus áreas de distribución hacia el norte en busca de aguas más frías, mien­tras que algunas especies endémicas han quedado al borde de la extinción. Al mismo tiempo, las floraciones de medusas asolan a pescadores y turistas por igual. Están apa­reciendo nuevos patógenos.

“ES FRECUENTE QUE LAS ESPECIES FORÁNEAS COMPITAN CON LAS LOCALES Y SE PRODUZCAN DESEQUILIBRIOS, MÁS O MENOS GRAVES, EN EL ECOSISTEMA. CUANTO MÁS SALUDABLE ES UN ECOSISTEMA MEJOR RESISTE Y RESPONDE A ESTOS CAMBIOS”

Mientras tanto, el aumento de las condi­ciones meteorológicas extremas está de­vastando los frágiles hábitats marinos, des­de los pastos marinos hasta los lechos de coral, y el aumento del nivel del mar ame­naza las ciudades y las costas. Ecosistemas enteros están cambiando y los medios de vida están desapareciendo. Estas conse­cuencias no son proyecciones futuras, sino que están sucediendo ahora mismo en el Mediterráneo, y son causadas o aceleradas por el cambio climático.

Esto es una realidad. Se refleja en estos casos los impactos que el cambio climático está teniendo en la cuenca en su conjunto. Y a medida que las temperaturas sigan subien­do, estos impactos seguirán aumentando. La mala noticia es que no hay una forma rápida de vencer el cambio climático. Incluso con una acción global inmediata para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, es probable que las temperaturas sigan au­mentando durante décadas.

Pero lo que sí podemos y debemos hacer es reducir la presión humana y aumentar la resiliencia: los ecosistemas sanos y la bio­diversidad floreciente son nuestras mejores defensas naturales en un mundo que se ca­lienta. La ciencia es clara. En el Mediterrá­neo debemos proteger los activos naturales del mar y reconstruir sus recursos: WWF li­dera las peticiones de una red de áreas ma­rinas protegidas y otras medidas eficaces de conservación basadas en áreas para cubrir el 30% del mar Mediterráneo en 2030. El objetivo es ambicioso, pero es que tiene que serlo. Las conclusiones del informe mues­tran con demasiada claridad la magnitud del reto al que nos enfrentamos.

Mar Mediterráneo recalentado
Mar Mediterráneo recalentado

Impacto 1. La tropicalización del Mediterráneo oriental

El Mediterráneo no es un océano tropical, al menos todavía. Pero el proceso de tropicaliza­ción está en marcha en la parte más cálida de la cuenca, el Mediterráneo oriental, y esto nos da una idea de lo que probablemente veremos desarrollarse en toda la región a medida que el cambio climático aumente las temperaturas del mar. Además de estar muy sobreexplo­tadas, las especies autóctonas que prefieren aguas más frías están desplazando el límite sur de sus áreas de distribución hacia el nor­te. Todavía no se sabe si el motivo principal es el estrés fisiológico causado por los cada vez más frecuentes episodios de calentamiento extremo, el descenso de los niveles de oxí­geno que afecta a las funciones ecológicas o la competencia de las especies invasoras, pero, sea cual sea el motivo, las comunida­des de especies están cambiando.

En algunas zonas del sur y el este del Mediterráneo, las comunidades de especies han cambiado por completo. En el Mediterráneo oriental, que se está calentando a un ritmo muy superior a la media mundial, las especies tropicales invasoras están ampliando su distribución en consonancia con el aumento de las tempera­turas. Un estudio reciente sobre la plataforma israelí poco profunda –una de las zonas más cálidas de la cuenca– comparó los registros actuales e históricos de los moluscos autóc­tonos y descubrió que solo el 5-12% de las es­pecies históricamente presentes seguían allí. Mientras tanto, las especies no autóctonas del mar Rojo fueron prosperando y creando a su vez un nuevo ecosistema.

En términos ecológicos, la tropicalización es una catástrofe para el Mediterráneo. A me­dida que las especies de herbívoros tropicales se han trasladado a aguas que antes eran más frías, las zonas de arrecifes antes dominadas por bosques de algas complejos y ricos en biodiversidad se han transformado. Los peces –en su mayoría voraces peces conejo– pasto­rean indiscriminadamente la vegetación, que luego es incapaz de regenerarse antes de ser reemplazada. 

La vegetación incapaz de re­generarse es sustituida por algas tropicales invasoras que los peces siguen pastando, for­mando los llamados turfs o incluso barrens. La diferencia que la pérdida de la cubierta vegetal supone para el ecosistema marino es enorme: una investigación reciente descubrió que la biomasa era 44 veces menor en los tur­fs que en los bosques de algas, lo que supone una pérdida catastrófica de biodiversidad. El equilibrio de carbono también puede verse alterado por estos cambios, ya que los arre­cifes empobrecidos pasan de ser sumideros a fuentes de carbono. Los turfs cubren ahora más del 50% de los arrecifes poco profundos del sureste del Mediterráneo, con menos del 1% cubierto por bosques de algas nativas.

En el Mediterráneo occidental también se están produciendo cambios en la población de peces debido al calentamiento de las aguas. En el AMP (Área Marina Protegida) de Porto­fino (Liguria, Italia), los pescadores informan de un aumento de las capturas de barracuda (Sphyraena viridensis), una especie termófi­la que era rara hasta hace dos décadas y que ahora abunda. Los meros oscuros (Epinephe­lus marginatus) también han aumentado en las nuevas condiciones más cálidas del mar, lo que significa que ahora pueden reproducir­se en latitudes más septentrionales.

Mar Mediterráneo recalentado
Una hembra pez león puede poner hasta 30.000 huevos cada 4 días. Se calcula que produce entre 1 millón y 2 millones de huevos cada año

Impacto 2. Invasores destructivos

El Mediterráneo es el mar más invadido del mundo. En las últimas décadas se ha produ­cido una explosión en el número de especies exóticas que se han establecido en la cuenca, con consecuencias catastróficas para la bio­diversidad autóctona: la interacción con los recién llegados está perturbando los ecosis­temas estables. La mayoría de estos invasores proceden del mar Rojo o del océano Índico y llegan al Mediterráneo a través del canal de Suez: se cree que 986 especies exóticas (126 especies de peces) se han convertido en “mi­grantes lessepsianos” de este tipo, número que aumentará tras la reciente ampliación del canal. El cambio climático agrava el problema. 

LOS GRANDES BANCOS DE PECES CONEJO DEVASTAN LOS HÁBITATS DE LAS ESPECIES AUTÓCTONAS CON SUS HÁBITOS ALIMENTICIOS

El aumento de la temperatura del mar hace que los recién llegados puedan sobrevivir en zonas cada vez más amplias del Mediterráneo, donde hace unas décadas las aguas habrían sido demasiado frías para ellos. Y muchos es­tán haciendo más que sobrevivir, están pros­perando a costa de las especies autóctonas. Un estudio realizado en el AMP de Gokova, en Turquía, descubrió que el 98% de la biomasa de peces herbívoros estaba compuesta por peces conejo exóticos (Siganus rivulatus S. luridus), e incluso el 2% restante estaba for­mado por peces loro que estaban expandien­do su área de distribución hacia el norte en las aguas más cálidas. No se trata solo de una comunidad modificada, sino de una nueva.

El pez conejo es un nuevo participante especial­mente exitoso en el Mediterráneo. Con una longitud adulta de 12-14 cm, nadan en grandes bancos y devastan los hábitats de las especies autóctonas con sus hábitos alimenticios. En las zonas más cálidas en las que se estable­ce el pez conejo, los complejos bosques de algas que proporcionan valiosos hábitats se reducen rápidamente a barrizales rocosos, disminuyendo la abundancia de especies au­tóctonas. 

Un estudio de más de 1.000 km de costa griega y turca descubrió que donde el pez conejo habitaba había una reducción del 65% en las grandes algas, del 60% en las algas y otros invertebrados y del 40% en el número total de especies presentes. Los pescadores de Kas (Turquía) afirman que el pez conejo constituye el 80% de sus capturas.

Considerada por algunos como la especie invasora más dañina conocida por la ciencia, el pez león (Pterois miles) es una especie exó­tica que ha llegado con éxito al Mediterráneo. La primera vez que se capturó fue en 1991 en Israel, pero dos décadas más tarde el pez león se había encontrado en Líbano, Chipre, Tur­quía, Grecia, Túnez, Siria, Italia y Libia. En la actualidad, este invasor tan agresivo está bien establecido en las zonas del sur y el este del Mediterráneo, y se dirige hacia el oeste y el norte, hacia los mares Egeo y Jónico.

El pez león, que se alimenta de forma generalista y tiene feroces espinas venenosas, come gran­des cantidades de pequeños peces y crus­táceos autóctonos: su estómago puede ex­pandirse hasta 30 veces su volumen original para acomodarlos. Al ser una especie nueva en el ecosistema, sus presas simplemente no saben cómo evitarlo. La experiencia de otras partes del mundo muestra el daño que puede causar: en las Bahamas, un aumento del 40% en el número de peces león entre 2004-2010 se ha relacionado con una reducción del 65% en el reclutamiento de especies de presa.

Un reciente análisis del contenido del estómago en el Mediterráneo reveló que el 95% de las presas del pez león estaba compuesta por peces autóctonos de importancia ecológica y económica. El cambio climático significa que probablemente será imposible detener la con­tinua propagación del pez león, el pez conejo y otros invasores potencialmente destructi­vos. En una región en la que tanto depende de unos ecosistemas marinos sanos y diversos –la pesca, el turismo, el buceo recreativo, etc.– la necesidad de intentar al menos controlar estas especies exóticas es evidente.

EL PEZ LEÓN ES CONSIDERADO LA ESPECIE INVASORA MÁS DAÑINA CONOCIDA POR LA CIENCIA

Impacto 3. Medusas, la zona muerta

Las medusas existen desde antes de la épo­ca de los dinosaurios. Aunque son criaturas innegablemente extrañas –96% de agua, sin cerebro, sin huesos y sin sangre– son comu­nes en los océanos, y constituyen una parte importante de un ecosistema marino equi­librado. Pero cuando el ecosistema se des­equilibra, las medusas pueden convertirse en un problema, y eso es lo que está ocurriendo desde 2003. Las proliferaciones de medusas, en las que las poblaciones se reproducen y aumentan rápidamente, solían ser aconte­cimientos ocasionales que tenían lugar cada pocos años, pero en las aguas del sur hoy se producen anualmente y duran más tiempo.

El aumento de las floraciones ha provocado una explosión de medusas que está alterando los ecosistemas regionales, con graves repercu­siones para la pesca y el turismo. A medida que las medusas llenan las redes de pesca en todo el Mediterráneo, los aparejos se dañan y se reduce su eficiencia, y las tripulaciones pierden horas lidiando con ellas en lugar de capturar los peces que son su medio de vida. 

En el golfo de Gabes, en Túnez, algunos pes­cadores afirman que pueden capturar más medusas que peces (en Japón, un arrastrero de 10 toneladas se hundió por el peso de las medusas gigantes en sus redes). Las medusas pueden ser venenosas. También es un problema creciente en los destinos turísticos del Mediterráneo: una pla­ya llena de medusas pierde su atractivo, y si el número de visitantes disminuye, las comuni­dades locales sufren un golpe económico.

Las floraciones de medusas amenazan también a otros sectores económicos: pueden inundar las jaulas de acuicultura y dañar a los peces cautivos, e incluso pueden convertirse en un gran problema para las centrales eléctricas, al bloquear las tomas de agua vitales para la refrigeración y reducir así la eficiencia de su producción.

Mar Mediterráneo recalentado
Los tentáculos largos que se extienden desde el cuerpo de la medusa pueden inyectar veneno de miles de aguijones punzantes microscópicos. Cada aguijón tiene un bulbo diminuto que contiene veneno y un tubo enrollado con puntas afiladas

¿Qué es lo que está provocando el aumento del número de medusas? Hay varios factores, y el cambio climático es uno de los más im­portantes. El aumento de las temperaturas del mar alarga la duración de las floraciones de medusas y aumenta la reproducción invernal de algunas especies. También está haciendo que el Mediterráneo sea más acogedor para las medusas invasoras procedentes de aguas tropicales. 

Paralelamente, la eutrofización de­bida al uso de fertilizantes en tierra provoca floraciones de algas marinas que pueden crear ‘zonas muertas’ con bajo nivel de oxí­geno, en las que los peces no pueden sobrevi­vir, pero las medusas se adaptan fácilmente a estas condiciones y prosperan allí donde sus depredadores naturales han sido expulsados.

Las medusas se alimentan del mismo zoo­plancton y copépodos de los que dependen las especies de peces comerciales cuando son larvas y juveniles (o incluso cuando son adul­tos en el caso de las sardinas y las anchoas), por lo que cuantas más medusas haya en el sistema en general, menos alimento habrá para otros peces planctívoros. Además, las medusas también se comen los huevos y las larvas de los peces, lo que afecta aún más al reclutamiento de peces y al número de los que llegan a la edad adulta.

LAS MEDUSAS SON CRIATURAS INNEGABLEMENTE EXTRAÑAS: 96% DE AGUA, SIN CEREBRO, SIN HUESOS Y SIN SANGRE

No es solo aquí donde las medusas tienen una ventaja creciente. Años de sobrepesca han destruido muchas de las poblaciones que solían competir con las medusas por el ali­mento, incluyendo tiburones, atunes y otros peces más grandes que son a veces sus de­predadores naturales. Dado que se alimentan de las larvas de peces y compiten con ellas, son las medusas las que se están convirtiendo en los nuevos depredadores del Mediterrá­neo: un futuro ecosistema dominado por las medusas es una posibilidad real, y la gelifica­ción del mar se está haciendo realidad.

Resolver el problema de las medusas es un reto complejo y requerirá una acción coor­dinada en varios frentes. Es fundamental aumentar la competencia reduciendo la so­brepesca de especies clave. Algunas de estas especies de peces también se alimentan de medusas. Además, hay que controlar la eutro­fización y la contaminación de origen terres­tre para reducir la hipoxia y eliminar las zonas muertas en las que prosperan las medusas.

Pero a corto plazo las medusas están aquí y hay que adaptarse. Los operadores turísticos están tomando la medida de instalar redes en las playas para mantener alejadas a las me­dusas. En Túnez, los pescadores están em­pezando a tratar de vender sus capturas no deseadas, buscando inspiración en Asia, don­de las medusas son una fuente de alimento. También está aumentando la demanda mun­dial de colágeno para la industria cosmética, que puede extraerse de las medusas.

Impacto 4. La supervivencia de las praderas de posidonia

A la Posidonia oceánica no se le puede denominar como un alga común, aunque parecieran tener el mismo aspecto, se le puede considerar como un indicador de agua excepcional

La Posidonia oceanica, una hierba marina endémica del Mediterráneo, es una de las es­pecies más importantes del ecosistema mari­no. Formando vastas praderas en los fondos arenosos hasta una profundidad de unos 40 metros, la posidonia oxigena el océano y pro­porciona un hábitat vital para alrededor del 20% de las especies marinas del Mediterrá­neo. Reservas de biodiversidad, las praderas sirven de zonas de cría para muchas especies comerciales importantes que las necesitan para reproducirse y crecer.

La posidonia también tiene un papel cada vez más importante con el avance del cambio climático. A medida que las tormentas y los huracanes se hacen más frecuentes y seve­ros, los campos de posidonia reducen la ener­gía de las olas y las corrientes, estabilizando el fondo marino y asegurando los sedimen­tos. En otoño, cuando el tiempo empeora, sus hojas muertas flotan para calmar el oleaje del mar y forman densos depósitos en las playas que pueden permanecer durante años y pro­teger contra la erosión costera.

Además de mitigar los impactos físicos del cambio climá­tico, la posidonia es en sí misma un sumidero vital de carbono, que se fija en una gruesa capa de vainas muertas, rizomas y raíces de hasta cuatro metros de profundidad en el lecho ma­rino. Se calcula que las praderas de posidonia almacenan entre el 11 y el 42% de las emisio­nes de CO2 de los países mediterráneos desde la Revolución Industrial: mantener esta reser­va intacta es esencial mientras el mundo se esfuerza por reducir los niveles de gases de efecto invernadero en la atmósfera.

Su función ecológica, su sensibilidad y su extensa área de distribución hacen que la po­sidonia sea un indicador biológico de la salud de los océanos. En el Mediterráneo actual, sobreexigido y superdesarrollado, está en grave declive. La presión humana directa es en parte responsable: el anclaje indiscrimi­nado en zonas de navegación recreativa es la principal amenaza, ya que desgarra sus hojas y arranca las plantas de las frágiles praderas, dejando cicatrices que pueden tardar años en curarse. El desarrollo costero causa graves daños, no solo a las plantas, sino también a la mata de carbono que hay debajo.

La posidonia prospera en aguas limpias, pero la contami­nación y la turbidez están aumentando en el Mediterráneo. Sin embargo, la regulación y la aplicación de la ley pueden contribuir a redu­cir estos impactos. Lo que no pueden hacer, sin embargo, es detener la otra amenaza cre­ciente para la supervivencia de la posidonia: el propio cambio climático. Se prevé que el estrés térmico cambie su distribución a me­dida que las aguas oceánicas sigan calentán­dose. Su ausencia en el sureste de la cuenca se debe probablemente a la temperatura, y los científicos han comprobado que su salud ha disminuido en las zonas occidentales tras aumentos excepcionales de la temperatura.

Estas temperaturas también atraen a nue­vas especies de algas acuáticas invasoras que colonizan las praderas debilitadas. Aunque los efectos pueden ser difíciles de predecir, los ecosistemas resultantes tienden a ser menos complejos, ofreciendo menos apoyo a la bio­diversidad y almacenan menos carbono. El aumento de peces herbívoros invasores –que sigue la propagación de aguas más cálidas por la cuenca– incrementa aún más la presión y puede dejar las praderas de posidonia, antes sanas, como zonas estériles.

El aumento del nivel del mar –resultado del cambio climático– es otro factor que provoca la regresión de las praderas en el Mediterráneo. La posidonia necesita luz para hacer la fotosíntesis, y se extingue cuando la luz no le llega. Los pequeños cambios en el nivel del mar inciden en la cantidad de luz que llega a un fondo poco profundo: 2 cm más en la columna de agua empujan el lí­mite inferior de la posidonia un metro ha­cia la orilla en una pendiente de 2°. Con el aumento del nivel del mar en algunas zonas del Mediterráneo de 6 mm al año, la pérdida acumulada a nivel de la cuenca no deja de crecer. “Las praderas de Posidonia oceánica tienen un enorme valor ecológico, pero tam­bién valor socioeconómico”, afirma Lorenzo Merotto, del AMP de Portofino.

Impacto 5. Una tormenta perfecta para el coral

Mar Mediterráneo recalentado
A pesar de tener expectativas de vida, entre 60 y 100 años, la gorgonia roja está amenazada por el cambio climático y el impacto de la actividad humana.

Las gorgonias, denominadas “abanicos de mar”, de pocos milímetros de ancho pero que alcanzan hasta un metro de alto, están entre los corales blandos más bellos e importan­tes del Mediterráneo. Estas especies de cre­cimiento lento forman bosques submarinos que proporcionan hábitats vitales para los ricos ecosistemas marinos, ofreciendo refu­gio y zonas de cría y resistiendo a las algas invasoras. Las gorgonias son organismos co­loniales, y no solo son importantes en el mar, también contribuyen a las economías medi­terráneas como un bello espectáculo para los buceadores.

Con una baja mortalidad natural, las gorgo­nias pueden vivir hasta 60 años, pero el cam­bio climático las está matando. Los efectos se extienden por todo el ecosistema. Cuando las gorgonias mueren y caen, se reduce la natu­raleza tridimensional de los hábitats que di­señan: un menor número de formas erectas conduce a una pérdida general de compleji­dad del hábitat, lo que a su vez disminuye la biodiversidad marina y puede dejar espacio para que se instalen especies invasoras.

LAS GORGONIAS PUEDEN VIVIR HASTA 60 AÑOS, PERO EL RÁPIDO CAMBIO CLIMÁTICO EN EL MEDITERRÁNEO LAS ESTÁ MATANDO

Las gorgonias se encuentran en diversos entornos del Mediterráneo. La especie más importante, la gorgonia roja (Paramuricea clavata) es típica del hábitat coralígeno a pro­fundidades inferiores a 25 m donde el agua no suele alcanzar temperaturas tan altas. Los organismos que lo pueblan son más suscep­tibles a los aumentos de temperatura, lo que los hace especialmente vulnerables a las olas de calor. 

Los corales de todo el mundo se están viendo muy afectados por el calentamiento de los mares. Aunque puede ser difícil sepa­rar los impactos del cambio climático de otros factores de estrés, el seguimiento a largo plazo de las complejas comunidades de gorgonias muestra que los periodos de calentamiento rápido conducen a mortalidades masivas. 

Los estudios realizados en el mar de Liguria han demostrado que los eventos de calentamiento que comenzaron en la década de 1990 causa­ron mortalidades masivas entre las gorgonias hasta una profundidad de unos 40 m. Y es poco probable que esta tendencia mejore: las cifras publicadas en 2019 muestran que el pe­riodo 2014-2018 fueron los años más cálidos registrados en la región, donde las temperatu­ras han aumentado 1 °C en la última década.

Pero el cambio climático va más allá de las temperaturas del mar, también está aumen­tando la frecuencia e intensidad de los fenó­menos meteorológicos extremos. Aunque esto afecta a entornos de superficie, también puede llegar a hábitats más profundos y te­ner un impacto devastador en gorgonias ya debilitadas por otros factores.

Por ejemplo, en octubre de 2018, una enorme tormenta con vientos de hasta 130 km/h barrió el mar de Liguria, destruyendo lo que los investigado­res de la Universidad de Génova estimaron que era el 30% de todas las gorgonias de la zona. Las colonias a profundidades de hasta 25 m quedaron completamente destruidas. Algunos de los daños se debieron a la caída de rocas desde los acantilados superiores y a las olas que volcaron las rocas, mientras que el excepcional movimiento del agua en el fondo marino también dañó las delicadas es­tructuras. Los aparejos de pesca abandonados enredados alrededor de las colonias más pro­fundas también resultaron ser una gran ame­naza, ya que rozaban el coral con la fuerza del viento y las olas, dañando su tejido vivo.

El impacto a largo plazo de esta tormenta en las gorgonias supervivientes está por ver –es posible que se produzca una mortalidad secundaria y una reducción del reclutamien­to–, pero lo cierto es que podemos esperar tormentas más frecuentes en el Mediterrá­neo en los próximos años, a medida que las temperaturas sigan aumentando, y es proba­ble que sigan dañando las colonias restantes. Cuando se destruyen las comunidades estructurales nativas, se deja la puerta abierta para que las algas y otras especies las susti­tuyan y creen un ecosistema simplificado y menos biodiverso, al estilo de los turfs.

Impacto 6. La caída de la Pinna nobilis

Aunque el cambio climático es un proceso gradual con efectos graduales, puede combi­narse con otros factores de estrés ambiental para precipitar crisis ecológicas repentinas. En el Mediterráneo, se ha relacionado con las recientes catástrofes de mortalidad masiva que han diezmado las poblaciones de meji­llones en abanico –Pinna nobilis– en amplias zonas de su área de distribución. Pinna nobilis es una especie emblemática: el mayor bival­vo endémico del Mediterráneo y uno de los mayores del mundo. Desempeña un impor­tante papel ecológico, ya que contribuye a la claridad del agua filtrando grandes cantidades de detritus, y proporciona un hábitat donde se agregan muchas especies diferentes: en un estudio se encontraron 146 de ellas.

Sus hilos de bisoñé –los filamentos que lo sujetan al fondo marino– han sido valorados desde la época de los romanos, que los utiliza­ban para decorar tejidos preciosos. Esta ‘seda marina’ se recolectaba para uso artesanal y la especie también fue objeto de pesca recreati­va y comercial hasta la década de 1980, cuan­do las poblaciones experimentaron un rápido descenso antes de que recibiera protección en virtud del Convenio de Barcelona.

Esta especie de molusco (Pinna nobilis) ha visto reducida su población drásticamente debido a un parásito, con una mortalidad de casi el 100%

La especie se estaba recuperando bien hasta el otoño de 2016, momento en el que se produjo un devastador evento de mortalidad masiva (EMM) en las poblaciones del Medite­rráneo español, causando una mortalidad del 100% en algunas zonas. En los tres años si­guientes, los EMM del 80-100% se extendie­ron de oeste a este por las costas de Cataluña, Italia, Sicilia y Córcega. En enero de 2020, el equipo científico de la AMP de Miramare (gol­fo de Trieste, Italia) anunció la muerte del 60-80% de Pinna nobilis y se siguen detectando otros focos de mortalidad. La Pinna nobilis fue declarada en peligro crítico en la lista roja de la UICN (Unión Internacional para la Conser­vación de la Naturaleza) en 2019.

Las EMM estuvieron causadas por un pa­tógeno, Haplosporidium pinnae, que pue­de haberse propagado en la dirección de las corrientes marinas de verano. La cuestión es hasta qué punto el cambio climático puede haber sido un motor: las temperaturas más cálidas pueden favorecer el desarrollo de H. pinnae, en cuyo caso existe grave riesgo de que el calentamiento continuado impulsado por el clima ayude a su propagación. Esto se­ría un desastre para las poblaciones restantes del carismático mejillón abanico. Además, el cambio climático podría afectar a su sa­lud. Los científicos no están seguros, pero el calentamiento de las aguas podría influir en procesos como la reproducción y el recluta­miento, además de disminuir el número de juveniles que sobreviven. La Pinna nobilis ne­cesita altos niveles de oxígeno y tiene el cre­cimiento de concha más rápido que cualquier otro bivalvo, por lo que puede ser vulnerable a la acidificación del océano.

El aumento del número de especies inva­soras supone un reto adicional para las po­blaciones restantes de Pinna nobilis. Estas especies van desde las algas invasoras, que podrían alterar sus fuentes de alimentación, hasta los voraces cangrejos invasores, que podrían comerse a sus crías.