Millones de personas en el mundo no tienen agua ni comida para sobrevivir. Al desproporcionado desequilibrio se une una buena dosis de ineficiencia que profundiza la rendija divisoria entre quienes tienen más y aquellos que tienen menos. José Esquinas, ingeniero agrónomo y doctor en Genética, afirma que se utiliza la cuarta parte del agua del planeta para producir alimentos que no se van a consumir y van a parar a vertederos.
Esquinas es hijo y nieto de agricultores. Durante 30 años ha sido alto funcionario de la FAO y ha viajado a 120 países. Además, se desempeñó como director de la Cátedra del Hambre y mantiene una agenda agitada de viajes, conferencias y activismo social. Es autor de ‘Rumbo al Ecocidio’ (Editorial Espasa), en colaboración con la periodista Mónica G. Prieto.
El experto descose en su libro la realidad alimentaria: la producción, las cadenas de suministro, los consumidores. Pérdida de perspectiva de una industria gigantesca y vital que proporciona el sustento de cada día a los 8 mil millones de habitantes del planeta.
Aborda muchas preguntas: ¿Qué está fallando en una sociedad que confunde bienestar con consumismo, aún a costa de degradar la naturaleza y condenar a las generaciones futuras? ¿Es sostenible esta sociedad de consumo? ¿Es más feliz?
Dice que el planeta produce un 60% más de alimentos de los que se necesita. 35.000 personas mueren como consecuencia del hambre al día.
¿Qué estamos haciendo mal? El hambre no es consecuencia, como se cree, de la falta de alimentos. Producir más a nivel global no solucionaría el problema, sino que incluso lo agravaría, dados los costes energéticos de los sistemas intensivos e insostenibles de producción y transporte.
Además del agua que se emplea para regar los alimentos, consumidor y vertidos, se gastan 300 millones de barriles de petróleo en la producción y el transporte de mercancías hasta sus destinatarios finales. A menudo situados a miles de kilómetros de distancia.
Gran parte de ese petróleo se destina al transporte, porque muchos de los alimentos que se compran en el mercado “han recorrido antes de llegar a nuestra boca entre 2.500 y 4.000 kilómetros”, precisa.
Esquinas, con datos en mano y una amplia experiencia, asegura que los alimentos están en el mercado internacional, pero no llegan ni a la boca ni a la mesa de quien tiene hambre. La falta de acceso responde a la escasez de alimentos producidos a nivel local. Y a la falta de fondos en los países menos afortunados para comprar estos productos vitales procedentes de países con excedentes.
La FAO ha constatado que hay alimentos disponibles, más que suficientes, para alimentar holgadamente a toda la población mundial. Pero esos productos dependen del mercado internacional. Según la ONU, la tercera parte de la producción mundial de alimentos, unos 1.300 millones de toneladas métricas, se desperdician por el camino. Esto equivale a un tercio de la producción mundial.
A esa cifra habría que sumar, según un informe del WWF, otros 1.200 millones de toneladas métricas de pérdidas en el campo, lo cual ascendería la cifra al 40% de la producción total.
Asimismo refiere a Información que se compra “cordero de Nueva Zelanda, pipas de girasol de China, piñones a Italia o frutas de otros países europeos”. Productos que, aparte del transporte y las emisiones que conlleva su traslado, tienen una serie de preservantes químicos “que causan daños de todo tipo”.
Esquinas maneja una lista de cifras desorbitantes del sistema agroalimentario actual. Comparte que en el mundo se utilizan “1.400 millones de hectáreas para producir los alimentos que no va a consumir nadie y con ellos el agua desperdiciada. El equivalente a 27-28 veces el tamaño de España si todo el territorio español fuese fértil”.
Frente a esta situación, el experto aboga por la producción local y estacional para promover la producción agroecológica y “la reinversión del campo en el campo” y dejando “los beneficios en casa”.
La norma “no puede ser” lo que sucede con la producción actual, “basada en el crecimiento económico y el producto interno bruto (PIB)”. Todo con un “enorme costo ecológico”, algo que “no se está tomando en cuenta”.
Destaca en su libro y en entrevistas la responsabilidad del consumidor. Cada persona tiene una “responsabilidad grande” para incentivar un sistema socioeconómico respetuoso con los derechos humanos y la Tierra.
Es necesario, en su opinión, transformar “pacíficamente el carro de la compra en un carro de combate». Todo por un mundo más sostenible. Es decir, productos “limpios desde el punto de vista ecológico, que no hayan sido producidos destruyendo el medioambiente”. Y “justos desde el punto de vista social”, en cuyo proceso “se haya pagado salarios justos. Se haya tenido respeto por las personas y no tengan esclavos o niños”.
Insiste en que a nivel mundial, 1.300 millones de toneladas métricas de alimentos se desperdician. En Europa, 89 millones. En España, 7,7 millones. ¿Qué pasa en Europa y en España? “Una parte importante”, se responde, “terminan en la basura porque han caducado. El 30% de los alimentos que se tiran van en envases sin abrir. Y ahí la responsabilidad no es política. Es nuestra. Que hemos comprado mucho más de lo que necesitamos”.
¿La basura nos define como civilización?, Esquinas señala que el planeta está en lo que se llama el antropoceno. “Cuando escarbas en el suelo, vas viendo los distintos períodos geológicos. Si miras en el último período, lo que encuentras es acumulación de basura (entre ellos agua y alimentos) y residuos no biodegradables. Ahora mismo tenemos islas superiores a la superficie de Europa en los océanos que son de basura, gran parte de plástico. Ese es el antropoceno, desgraciadamente. El problema es que esa basura no cierra ciclos. Antes todo se reciclaba”
Aquí no hay un culpable, asegura a ‘Cordópolis’ de elDiario.”Es todo un sistema que no lo tiene en cuenta porque no es rentable tenerlo en cuenta. Entre todos lo estamos haciendo unas políticas equivocadas. Se está dando prioridad a la economía sobre la ecología y el ser humano. Al beneficio sobre la subsistencia. Se le está dando prioridad a un enriquecimiento que abuso de los recursos naturales limitados y a la ruptura de los delicados equilibrios entre las especies”.
La agricultura no es solo producir alimentos, comenta. “Es conservar los recursos naturales, la biodiversidad, el aire limpio y el agua, absorber CO2 y liberar oxígeno. Cerrar los ciclos. Lo que hacía mi abuela. Cuando en casa comíamos cocido, esa noche se cenaban croquetas. Y al día siguiente tortilla de garbanzos. Lo que quedaba se le echaba a los guarros y a las gallinas. Y lo que ellos no querían se echaba al basurero, para después extenderlo en el campo como fertilizante. O sea, para nutrir a las plantas que nos alimentaban. Pura economía circular”.