Tal vez la principal motivación de la industria aeroespacial y del batallón de astrónomos y astrofísicos que la respaldan, sea dar con otras formas de vida en el universo y si estas eran similares a las nuestras y por qué se extinguieron. La preocupación, no en vano, por la acción del hombre en la crisis climática y sus desbordadas manifestaciones podría suponer que está la humanidad está cavando su propia fosa.
El historiador de Oxford, Peter Frankopan, en un análisis profundo sobre el paso del hombre en la Tierra y el cambio climático, señala que a pesar de que la humanidad altera la faz de la Tierra, ‘degradándola’ hasta en un 40%, según un informe de la ONU, la composición de su atmósfera parece más inestable que nunca. La ciencia nos ha permitido saber exactamente cuán profundamente las acciones humanas han dado forma al clima. También ha proporcionado una gran cantidad de información sobre cómo el clima nos ha dado forma”, escribió en The New Republic. Ben Ehrenreich, autor de ‘Cuadernos del desierto: una hoja de ruta para el fin de los tiempos’ y ganador de un American Book Award.
Sostiene que el estudio de las burbujas de aire atrapadas en los glaciares, los anillos de los árboles y el polen fosilizado. Así como el ADN antiguo ha revelado, en los últimos años, una cantidad extraordinaria de información sobre la temperatura. Las precipitaciones y la composición de la atmósfera hace siglos o incluso milenios. «Ahora es posible crear líneas de tiempo paralelas que vinculen eventos históricos que hemos aprendido de segunda mano, a través de textos, leyendas y restos arqueológicos, con cambios en el clima», apunta.
¿Se refería la destrucción de Sodoma y Gomorra descrita en el Antiguo Testamento a “un estallido en el aire cósmico o a múltiples estallidos en el aire causados por un cometa o meteorito” que parece haber arrasado la ciudad de Tall el-Hammam, en el valle del Jordán alrededor de 1650 a.C.
Frankopan, en su nuevo y monumental libro sobre el clima y la historia humana, analiza eventos históricos sucedidos en la Tierra asociados al cambio climático. Sugiere que durante un período de 700 años a partir de 1100 E.C. (era común o después de Cristo) las caídas en las temperaturas de crecimiento de poco más de medio grado Fahrenheit en Europa se correlacionaron con una probabilidad significativamente mayor de que los judíos serían perseguidos durante los próximos cinco años.
En ‘La Tierra Transformada: Una Historia No Contada’, Frankopan, mejor conocido por una amplia historia de la Ruta de la Seda en 2015, asume la ambiciosa tarea de juntar muchos datos reinsertando “el clima en la historia del pasado para exponer ‘la historia de la interacción humana con el mundo natural durante milenios’”.
Si bien está en sintonía con los efectos trascendentales del clima, un proyecto como este podría apuntar en varias direcciones diferentes. Puede mostrar cuán íntimamente entrelazadas están nuestras vidas, nuestra historia, nuestro propio ser dentro de una red de factores no humanos, y de incitarnos a responder. Sin embargo, puede convertirse en una historia que ya hemos escuchado demasiadas veces, con los mismos protagonistas de siempre, dependiendo de cómo la cuentes.
Dada la magnitud de los objetivos del libro, reseña Ehrenreich, su circunferencia de 700 páginas pareciera poca. El primer capítulo cubre casi 4.500 millones de años, atravesando los albores de la vida y las extinciones masivas periódicas. Por supuesto, no había humanos en ese período y, durante una buena parte, ni siquiera había oxígeno en la atmósfera terrestre. Pero esta vasta extensión de tiempo está en todas partes con nosotros. Eventos geológicos que tuvieron lugar en el pasado prehumano determinaron la distribución de los yacimientos de hidrocarburos —petróleo y carbón— que han moldeado íntimamente la geopolítica del último siglo y medio. Y estas actividades está vinculadas con las causas del cambio climático que atraviesa la Tierra.
Los milenios pasan volando. Los glaciares retroceden y, hace unos 11.700 años, comienza el Holoceno, una época de patrones climáticos relativamente estables. Sin ellos, deja claro Frankopan, la mayor parte de lo que reconocemos como sociedad humana no se habría desarrollado.
En lugares como Mesopotamia, Irán, China y América del Sur, las lluvias se volvieron lo suficientemente fiables como para que la agricultura fuese viable. Los humanos formaron relaciones codependientes con varias especies de cereales y leguminosas, así como con vacas, ovejas y cabras. El registro arqueológico comienza a mostrar evidencia de jerarquía social y creciente desigualdad de género, sin mencionar los brotes de enfermedades zoonóticas.
No todos ganan la “lotería ecológica” ni todo esto cuenta como ganador. California, señala Frankopan, tiene un clima similar al de Mesopotamia, ero no hay pastos de semillas grandes del tipo que eventualmente se domesticaría en otros lugares. Por lo que “plantar- subsistencia intensiva” ocurrió más tarde allí, aunque recientemente se ha hemos compensado el retraso.
En el séptimo milenio a.C., las cosas se torcieron durante un tiempo. Una presa de hielo se derrumbó sobre la bahía de Hudson, provocando el drenaje de dos enormes lagos prehistóricos. El derretimiento de una capa de hielo, el aumento del nivel del mar y las corrientes oceánicas cambiaron tan dramáticamente que las temperaturas del hemisferio norte cayeron en picado durante un siglo y medio.
Los patrones de asentamiento cambiaron. Luego, un deslizamiento de tierra debajo del Mar de Noruega, probablemente provocado por un terremoto, desató un tsunami catastrófico. Una especie de proto-Brexit salino que sumergió la masa de tierra conocida como Doggerland, que hasta entonces conectó Gran Bretaña con Europa continental.
Frankopan nos deja imaginar cómo habría sido la historia sin Gran Bretaña como potencia marítima. ¿Debemos el genocidio norteamericano, el comercio triangular y la revolución industrial construida sobre sus ganancias a un terremoto submarino?
Frankopan está más confiado en el terreno más seco de la estepa euroasiática. ¿Podría la domesticación de los caballos hace unos 5.000 años- haber sido provocada por una sequía que empujó a los pastores a dejar de pastorear herbívoros menos resistentes? Tal vez, pero el desarrollo resultaría fatídico, facilitando enormemente la conquista para aquellos tentados por tales actividades. Los carros ayudaron a ganar a los hititas un imperio que cubría gran parte de la Turquía moderna, el norte de Siria y el Líbano. Y si la mayoría de los imperios premodernos son impensables sin la caballería, el cambio climático también podría ayudar de manera más directa en este episodio de la historia del hombre en la Tierra.
En la continuidad del relato sobre el cambio climático, Frankopan demarca las etapas de la humanidad en la Tierra y se asoma al llamado Período Cálido Romano. Los siglos de clima excepcionalmente templado que coincidieron con el apogeo del poder romano, dinastía Han en China y Teotihuacán en el centro de México.
Las dos devastadoras pandemias que azotaron al mundo romano en los siglos II y III contemporáneos ocurrieron durante inclemencias que siguieron de cerca las erupciones volcánicas que alteraron el clima.
La llegada de los hunos y otros pueblos nómadas de las estepas orientales coincidió con intensas sequías que se apoderaron de Eurasia. Al menos en Europa, las condiciones que podrían producir excedentes agrícolas de forma fiable no volverían hasta el llamado Óptimo Climático Medieval. Luego, el clima volvió a empeorar y llegó otra pandemia. Una plaga esta vez. Los europeos comenzaron a amontonarse en los veleros en busca de riquezas y salud en otros lugares.
Frankopan es extremadamente cauteloso con los excesos analíticos. No desea caer en un determinismo climático simple. Nociones como los períodos cálidos romano o medieval, o la ola de frío posterior conocida como la Pequeña Edad de Hielo, que coincidió más o menos con el surgimiento de la modernidad capitalista, lo irritan. Rara vez considera el clima un factor único en cualquier desarrollo histórico. Los humanos siguen siendo la estrella del espectáculo. Al principio, el historiador culpa a la «civilización» como el factor más grande en la degradación ambiental y la causa más importante del cambio antropogénico». No fueron, por ejemplo, las tormentas de arena y las largas sequías las que provocaron la caída del imperio acadio.
El relato de Frankopan sobre el surgimiento de los estados es esencialmente uno de propagación del gangsterismo. Las élites monopolizan el control de los recursos y establecen infraestructuras cada vez más complejas. Tanto burocráticas y culturales como físicas, para arrebatar la riqueza de la tierra a través del trabajo de otros humanos.
Este “modelo de la ciudad o el Estado como parásito”, sugiere, creó una dinámica propia. El hambre de las élites requiere el trabajo de poblaciones cada vez mayores y más tierra para alimentar a esos trabajadores. Más gente para trabajar la tierra. Los problemas llegan cuando la creciente densidad de población supera los recursos naturales disponibles.
Esto suena y es una referencia al tema neo-malthusiano, muy utilizado entre cierta corriente de ambientalismo occidental blanco desde The Population Bomb de 1968. Frankopan incluye algunos argumentos en contra de este punto de vista: cita al economista indio Amartya Sen, que argumentó que las hambrunas no son causadas por escasez de alimentos sino por estructuras políticas y económicas que mantienen altos niveles de desigualdad.
Sin embargo, varias páginas más adelante, sin darse cuenta de la contradicción, vuelve al tren malthusiano: «El problema real no es el clima ni nada más, sino la carga demográfica. Las cosechas fallidas se convirtieron en un problema cuando había demasiadas bocas que alimentar».
Las transformaciones ecológicas y el cambio climático comenzaron a un ritmo nunca antes visto en la historia humana . El cultivo de azúcar, llevado a cabo por africanos esclavizados enviados a través de un océano a costa de muchas de vidas, desnudó isla tras isla de árboles, drenó acuíferos y arrasó la capa superior del suelo.
En el continente norteamericano, los niveles de deforestación en décadas, se llevaron siglos de asentamiento en Europa ocurrieron. Las pesquerías se agotaron rápidamente. El hambre de los mercados europeos se extendió por todo el mundo con un efecto devastador. Empujando a múltiples especies al borde de la extinción porque sus pieles, colmillos o plumaje captaron la atención de una clase creciente de consumidores. O, más a menudo, porque tuvieron la desgracia de vivir en tierra que tuvo que ser limpiada para producir alguna otra mercancía recién deseada.
Frankopan es en muchos sentidos directo sobre el carácter radical de la “revolución ecológica global a gran escala” que siguió sobre la enormidad de los restos humanos que dejó a su paso y sobre sus consecuencias duraderas. La mayoría de los recursos del planeta aún fluyen por caminos establecidos en los siglos XVI y XVII, desde las antiguas colonias hasta las capitales de los antiguos imperios globales y sus descendientes en América del Norte.
En la narración de Frankopan, esta es la misma vieja historia de parasitismo en grande, ahora con consecuencias planetarias. Pero aunque él no lo reconoce, es fácil ver por la evidencia que recopila que algo decisivo sucedió en la época de las invasiones europeas de las Américas y que el cambio en los siglos siguientes fue cualitativo.
Desde el siglo XVI las potencias europeas obedecen a un conjunto diferente de impulsos. No solo el ansia de conquista habitual y tradicional, sino algo completamente impersonal y extraño: la necesidad del capital de inversión de reproducirse. Las relaciones de los seres humanos —al menos algunos de ellos— con el resto de la vida planetaria habían cambiado. Lo que una vez había sido una multitud de seres con diferentes significados culturales y espirituales, se convirtió en mercancía. Que tenía valor solo cuando se insertaba en un mercado que ahora se autopropulsaba y se expandía.
Sin embargo, para Frankopan la diferencia era de escala. Muchas sociedades en el pasado “habían experimentado problemas de consumo excesivo. Agotamiento de los recursos naturales o tensión en los ecosistemas”. Tendencias que hasta entonces tenían firmes límites geográficos se globalizaron a medida que los barcos europeos llegaban a tierra tras tierra. No toma en cuenta que nada de lo que ha descrito en los cientos de páginas que precedieron al siglo XVI se parece remotamente a la destrucción que siguió..
No es la única omisión curiosa. Frankopan pasa por alto el cambio que podría decirse que definió la era moderna y que proporciona gran parte de su propio marco conceptual. En los siglos XVI y XVII, en las capitales mercantiles del noroeste de Europa, comenzó a surgir una división más aguda que nunca entre humanidad y “naturaleza”. Y con ella, una nueva y singularmente inerte concepción de esta última. Como dice Frankopan, sin una pizca de timidez, «si las sociedades fueran a sobrevivir y prosperar, los humanos necesitarían no solo dominar la naturaleza, sino también doblegarla a su voluntad».
Es difícil imaginar que Frankopan no se haya dado cuenta de la gran cantidad de estudios que han surgido para cuestionar e ‘historizar’ la división entre el hombre y la naturaleza que estructura su propio trabajo.
Pero no hacerlo le permite contar una historia única y consistente que se desarrolla a lo largo de milenios de la Tierra y sus múltiples transformaciones, entre ellas las del cambio climático. Es una historia sobre seres humanos inteligentes y adaptables que dominan con éxito la naturaleza una y otra vez, excepto cuando no lo hacen.
En esta narrativa, las asombrosas intervenciones ecocidas de los últimos siglos cuentan solo como una “aceleración”. No había, ni hay, ningún otro camino disponible. No sorprende que Frankopan termine con una nota de presumida fatalidad. Tal vez consigamos reducir las emisiones de carbono a través de alguna otra vía que no sea la «despoblación catastrófica pero un historiador no apostaría por ello». Sin embargo, si se abandona el encuadre narcisista del hombre contra la naturaleza, puede surgir otro tipo de historia o una variedad casi infinita de historias sobre las transformaciones constantes que se refuerzan mutuamente: humanos, microbios, corrientes oceánicas, asteroides, hongos, pastos, ríos, bisontes, insectos.
Muchos de ellos ya están aquí, en las páginas de ‘La Tierra Transformada: Una Historia No Contada’, oscurecidos únicamente por la larga sombra prometeica que Frankopan atribuye a la figura solitaria del Hombre. Sin ella, se revela una red interminable de metamorfosis, y el camino específico que ha tomado nuestra especie en los últimos siglos aparece como uno más de los muchos caminos posibles. Otros, vale la pena decirlo en voz alta, todavía nos quedan.